30 Nov Experimento psicológico realizado en la Universidad de Yale
“Un científico de bata blanca, amable pero severo, informa a Johnny un joven que ha respondido a un anuncio en el que se pedían sujetos para un experimento, en el que se van a estudiar las reacciones peligrosas de los psicópatas, “ya sabe, esa gente de reacciones peligrosas”.
Se le dice que simplemente tiene que entrar en una habitación y sentarse en una silla; en el extremo más alejado de la habitación hay otra silla y un hombre sentado en ella, “el psicópata al que se va a estudiar”. A Johnny se le asegura que no hay ningún peligro real, pues se les está vigilando por cámaras, y en caso de ser necesaria, la intervención será inmediata.
Entra en la habitación y ve a un hombre, tenso, que le mira. Johnny se sienta en su silla, algo nervioso.
Al cabo de un minuto el “psicópata” se levanta –en realidad, es un tipo normal que también respondió al anuncio, al que se le había dicho que Johnny es el psicópata, y al que se le dio la consigna de levantarse, simplemente, al cabo de un rato-.
Johnny, al ver levantarse al otro, da un respingo; el otro, al ver dar un respingo de Johnny, coge la silla por el respaldo por si acaso; este acto, hace que Johnny se levante y grite llamando a los experimentadores; el otro, al ver fuera de sí a Johnny, grita a su vez pidiendo auxilio y quizá lance la silla sobre su cabeza.
Los experimentadores entran y se llevan a cada uno por una puerta, sin que se comuniquen. Cada uno de ellos comenta a los experimentadores lo peligroso que era el otro tipo.
La conducta de Johnny y de su compañero es la conducta típica que exhibieron la mayoría de las personas con las que se repitió el experimento. Una vez aceptado que el otro es un psicópata (en este caso, porque una autoridad lo ha dicho) la persona interpreta su conducta y reacciones de tal modo que encaje lo que cree de él.
Un dato más: cuando Johnny y a sus compañeros de experimento se les explicaba lo que en realidad había pasado, es decir, que no había ningún psicópata, a la mayoría les era muy difícil de creer porque habían visto como se alteraba el otro “sin ningún motivo, porque yo no hice nada agresivo”.
La descripción de varios experimentos de este tipo puede encontrarse en Lindsay y Norman (1972).
Si se sustituye la autoridad externa (el serio científico de bata blanca) por la autoridad interna (el poder de los mandatos, que a su vez viene de la autoridad externa de los padres) y la creencia de que el otro es un psicópata, por cualquier otra creencia sobre los demás, nosotros mismos o la vida en general, que los mandatos de nuestro guión nos imponga, el experimento que acabamos de presentar ejemplifica de un modo exacto cómo funciona, cómo hace funcionar a las personas, el guión: determinado su percepción y , por lo tanto, determinado su conducta.
Las personas sostienen creencias sobre sí y los otros que provienen del guión y que se expresan verbalmente de modos tales como: “las mujeres siempre se ríen de mí”, “caigo simpático a la gente”, “sólo la gente callada merece la pena”. Estas creencias, expresiones de mandatos del guión, suponen guiones, o segmentos de guiones, donde, siguiendo los ejemplos, las mujeres se tienen que reír de uno, se tiene que caer simpático a los demás, se tiene que encontrar cualidades positivas a la gente callada y negativas a los parlanchines. Y esto es porque el guión proporciona unas gafas distorsionadas con las que uno se ve irrisorio para las mujeres, simpático o intuitivo para apreciar cualidades en el silencio. Así, cuando estas tres hipotéticas personas estén hablando con una mujer, y ésta sonría, el primero percibirá burla, el segundo el éxito de su simpatía y el tercero intuirá alguna agradable cualidad tras el expresivo silencio de su sonrisa.
[…] La persona vive así dando cumplimiento a una profecía autocumplida.
Fuente : libro EL GUIÓN DE VIDA de José Luis Martorell, en la pág 165.
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